Romance de mi destino...

Fernando Breilh
Roma
, 2 de Marzo, 2005

 

Agradezco la constancia de Jaime Redin que me ha perseguido hasta lograr sentarme frente al teclado a escribir estas confesiones, cosa que no han logrado hasta ahora ni mis superiores más estrictos. 

            Al oír su voz en el teléfono he recordado “los años mozos”, los patios del colegio llenos de compañeros en el recreo, los “machetazos” del padre Escobar, a quien ví en Ecuador hace unos tres años, las fiestas de grado, el primer año de universidad, y así sucesivamente hasta el día en que, a pesar del disgusto de mi papi que no quería verme con “esos trapos”, me disfracé de cura por fuera y traté de convertirme por dentro a través de muchas experiencias, unas contraculturales, otras en la cresta de la ola del jet set, con la pretensión de formar parte de esa multinacional que todos conocemos y de la que recibimos nuestras buenas y nuestras  malas notas de colegio... 

            En esa onda he tenido la suerte de conocer a la maravillosa gente de varias provincias de nuestro país y de varios países de América y del mundo, estudiando o atareándome con ellos sobre todo en el campo de la educación y el trabajo social.  He vivido de una manera muy personal la famosa “globalización” desde hace muchos años, dado que esta orden multicultural me recuerda a cada minuto que soy ciudadano del mundo, que todos somos uno, que todos somos hermanos y que nuestra suerte es interdependiente, y me ha dado varias oportunidades de poder hacer algo, directa o indirectamente, por los demás, y sobre todo por las personas que sufren.  No faltan a mi alrededor modelos que imitar, ni faltan, desgraciadamente, en este mundo urgentes necesidades y tragedias, en su gran mayoría evitables, a cuya solución o alivio me alegra mucho poder contribuir con mi granito de arena ya que prevenirlas no he podido.

             Desgraciadamente también, por otra parte, no he podido ni sabido asentarme y cultivar las viejas amistades –porque nuevas van surgiendo todos los días- como se merecen y como debiera hacerlo según aquello de que “no somos sino un puñado de recuerdos en busca de una infinita plenitud”... Por eso más de una vez, con añoranza y reconociendo mis propias limitaciones en este campo, “me embriago en lejanías para acariciar mis sueños” y recuerdo a mis queridos compañeros de colegio a quienes deseo todo éxito y felicidad desde estas líneas, con sus respectivas familias, en dondequiera que se encuentren.

             Sincera y cordialmente,

                                                 Fernando Breilh