Mauricio Troya Mena
Pasado, presente y futuro

Quito, 1 de Septiembre de 2003

 


Fotos de los años 60s, 70s, 80s, 90 y 00s.

Yo soy Mauricio Troya Mena, nací en Quito el 30 de septiembre de 1943, me eduqué en el Borja 1 y luego hice la secundaria en el San Gabriel, como era lo “normal” en esas épocas.

Fui Bachiller en 1961 junto a todos ustedes, luego continué mis estudios de ingeniería eléctrica en la Escuela Politécnica y me gradué de ingeniero en 1971.

Egresé de la Poli en el 66, año en el que intervine, con otras personas más ilustres que yo, en la fundación del Colegio Intisana. Desde esas fechas hasta hoy,  “funjo” de rector de esa institución educativa, que tiene ya más de treinta promociones en su haber. En el colegio Intisana, teniendo en cuenta un clarísimo sentido social, organizamos una sección nocturna gratuita técnica para personas de escasos recursos económicos y luego hace seis años, el INTITEC, Instituto Tecnológico Superior Intisana, debidamente reconocido por el CONESUP.

Cuando cursábamos el cuarto curso, iniciamos con algunos compañeros la (ODEC) Organización de Estudios Científicos (que perdura hasta hoy, en nuestros corazones y que se ha transformado en la Corporación de Investigación Energética CIE, cuyo gerente es Alfredo Mena). En esa especie de Club nos dedicábamos a la “investigación científica” y a desbaratar cualquier mecanismo o aparato de física que caía en nuestras manos, para “ver cómo era por dentro”.

Uno de esos aparatos fue el famoso “Tesla” del Padre Enríquez, que también cayó en nuestras manos. El problema con el “tesla” fue que se nos perdió el cilindro lleno de limallas que actuaba como semiconductor. Gracias al ingenio del Alfredo nos conseguimos otro cilindrín de vidrio y reemplazamos las limallas extranjeras, con las extraídas de una moneda de un sucre, al cual le limamos hasta obtener partículas metálicas muy pequeñas que fueron colocadas en el cilindrín. Así, con el costo de un sucre devaluado, logramos solucionar el problema. Fue tal la pericia utilizada en el arreglo que el Padre Enríquez jamás sospechó que el cilindrín de marca extranjera había sido sustituido por otro de marca nacional, y al precio de un sucre. Parece que este último funcionó mucho mejor que el primero, con lo cual se demuestra que la industria nacional es mejor que la extranjera.

No está por demás indicar que, en cuanto a química se refiere, pretendíamos fabricar “nitroglicerina”, pero lo máximo que conseguimos fue que el Jaime Redín inventara el famoso “algodón-pólvora”, que sólo servía para hacer ruido y destruir nuestra ropa con las gotas del material cáustico que utilizábamos y que explotaba junto al algodón.

Desde luego que no faltó, en las prácticas de “química”, la fabricación de chocolate, el cual resultó tan amargo que tuvimos que considerarlo a nivel de estiércol y arrojarlo a la taza del baño. Luego tuvimos el problema de destapar el baño, porque el chocolate se había endurecido más que el cemento. Gracias a Dios que no nos lo comimos porque ¿qué hubiera pasado con nuestros adolescentes estómagos?

Claro que las prácticas de química (nutridas con los productos del laboratorio del colegio, y otros obtenidos en la botica de la esquina), también estaban endulzadas o saladas con “colaciones” o “canguil”, que nos daba mi mamá.          

Pero también nos dedicamos a preparar nuestro ingreso a la universidad (a la Poli en este caso), y todos logramos ingresar directamente a primer curso, de tal modo que hicimos la carrera de ingeniería en cinco años.              

Los más asiduos miembros de la ODEC fueron, entre otros,  Jaime Redín, Alfredo Mena, Jorge Núñez y Mauricio Troya. Nos hemos seguido reuniendo cuando Jaime tiene la feliz ocurrencia de visitar el Ecuador, viajando desde los Ángeles CA, más o menos cada dos o tres años.

Luego la vida nos ha demostrado que no nos fue tan mal en los estudios superiores gracias a la dedicación, abnegación, sacrificio y búsqueda de la excelencia, que aprendimos en el colegio San Gabriel, muchísimos años antes de que aparezca Jefferson Pérez, en el palmarés ecuatoriano, hablándonos de la excelencia.

En mi ya larga carrera dedicada a la educación he participado en la fundación de las siguientes entidades: FEDEPAL (Federación de Establecimientos Particulares Laicos), COPEA (Comité de Planteles Experimentales Autónomos), CONFEDEPAL (Confederación Nacional de Entidades Particulares educativas laicas), COPADE (Corporación para el desarrollo de la Educación), FINDES (Fundación para el Desarrollo Educativo y Social), CEP (Corporación de Estudios y Publicaciones), etc. etc.

Todas esas entidades son sin fines de lucro y tienen como objetivo el fomento de la educación y la cultura por eso estamos empeñados en seguir haciendo colegios, como los cuatro de Quito, seis de Guayaquil, y otros dos en Ibarra. Porque, aunque los políticos no quieran entender, la única solución para este país es la educación y no andarse preocupando de la deuda externa y de su laberinto, que nadie comprende. Muchísmo menos los técnicos, los economistas, y menos aún algún famoso ingeniero “dueño del paisaje”.

Sin embargo, el futuro en el Ecuador, y a partir de los sesenta años de edad, se ve muy prometedor, no tengamos en cuenta las afecciones, enfermedades, vejeces, arrugas, calvicie, etc., etc. que ya nos ha tocado o que nos tocará padecer, sino que debemos poner toda nuestra confianza en la “dolarización”.

Con la dolarización se puede superar la dolorización del cuerpo y del alma. Además, ¿no es verdad que la palabra dólar proviene del latín “dolo”, que significa “engaño”, “fraude”, “simulación”? De este modo con la “dolarización”, todo “dolo”, engaño y corrupción quedarán descubiertos, y esta última quedará será superada.

Pero dejémonos de bromas y no seamos tan materialistas (o “monetaristas” como dicen algunos”). El futuro es prometedor, porque cada vez nos estamos acercando, a pasos agigantados, a la “verdadera Patria”. El tiempo pasa rápido y los sesenta años nos deben llevar a una profunda reflexión sobre lo que hemos hecho en esta vida y la cuenta que debemos dar al Señor, que nos está esperando desde toda la eternidad. ¡Qué misterio!

Que no nos ocurra lo que una vez escuché, en unos ejercicios espirituales, al Padre Vásquez Dodero: “Al final de nuestros días, que no repitamos, en el momento de la muerte, lo que decía un moribundo angustiado por lo poco que había hecho rendir los talentos que Dios le dio: «El que soy, saluda con tristeza al que pude haber sido»”.

                Hasta pronto, compañeros...

 

Reunión de la ODEC (2001). Jaime Redín, Mauricio Troya, Alfredo Mena, Jorge Núñez
(todos “gorditos” y “panzones”)